Ocho años hace que el último militar acusado de genocidio participante en un comicio visitó este lugar y tardó mas en entrar que en salir de este pueblo: a pedradas. No se podía esperar menor reacción de una población que cuenta una historia de no menos 6 masacres a hombres, mujeres y niños durante la guerra.
Ahora, el siguiente oficial militar que visita este pueblo usa una estrategia distinta: música duranguense y bailarinas que se contonean sobre un escenario de tablones de madera entre los que sus tacones se quedan trabados mientras la gente los ve con desconfianza y el animador ve mermados sus esfuerzos por el calor del dia.
La nueva generación ríe ante las bromas de la compañera de fórmula del candidato: los niños se pelean por un afiche, los jóvenes molestan a los otros con chorros de agua potable de bolsas abiertas y las mujeres ven con recelo a las danzantes; la memoria postergada por el momento circense.
Al candidato le preocupa más hacerle ver a los vecinos del lugar que la competencia es mala y pasa por alto considerar el idioma local para su discurso: le vendría mejor para ganar votos.
Exclusión implícita.
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